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lunes, 21 de mayo de 2012

Hijos del Viento


"Hijos del viento, vosotros que podéis surcar las corrientes, que podéis burlar a la indómita gravedad. Vosotros que podéis domar a la galerna y hacerla vuestra decidme ¿Por qué sois tan frágiles si podéis hacer todo lo que en nuestra vida hemos ansiado? ¿Por qué vuestra existencia ha sido tan solemne y tan humilde al mismo tiempo?¿Acaso no somos dignos de surcar el mismo cielo?"

Dijo Céfiro, hijo de Alisio.

"No gozamos de esa fortuna, que tan dichosamente se os a ofrecido. Debemos mantener los pies en la tierra que se nos ha sido impuesta, y cargar con lo que todo ello conlleva."

Y así, envidioso de las alas de los pardales, decidió apresar a uno de ellos, y encerrarlo en una pequeña jaula, sin más brisa que la que entraba por los diminutos y cercanos barrotes.

Céfiro, afanoso de que el pequeño pardal le confesara ese inmenso secreto, espero y espero sentado cerca de la jaula, pero el gorrión no dijo, ni en el mejor de los casos, ni pío.
El pequeño ser había muerto.

Mas así sin demorar su empresa, decidió capturar a otro de ellos, consiguiendo el mismo resultado. Los días iban pasando, y Céfiro se desesperaba al ver que ningún pajarito quería desvelarle el secreto.

Y harto de ese comportamiento, el señor del viento hizo acto de presencia ante el demente Céfiro.

"Céfiro, hijo de Alisio. Dime, ¿Por qué capturas a mis hijos? ¿A qué se debe tan desafortunada idea?"

Céfiro, atónito tras semejante aparición, balbuceó algo a lo que consideraremos palabras, y finalmente dijo.

"¡Oh Tramontana! Señor de los vientos, padre de las ventiscas. Tus hijos prefieren morir a decirme el secreto de volar. ¿Por qué son tan crueles conmigo, si mis intenciones tan solo son para enriquecer mi espíritu? ¿Por qué no me dejan volar?"

Y Tramontana, resoplando fuertemente contesto

"¡Mis hijos mueren porque sin el viento solo queda el telliz de sus espíritus! La brisa es su alma y el encierro su muerte. ¡Así que deja tu insistente empeño y acepta lo que te ha sido dado!"

Y tras un huracán frío y turbulento, el señor del viento desapareció, dejando al ávido Céfiro sin cumplir su deseo de volar con los pájaros, y otorgándole, quizás, el designio de encontrar la esencia de su alma y no de su jaula.

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